Con un Molino de Pérez muy poblado como marco, se llevó a cabo la primera edición de la Fiesta Zion, destinada a difundir la cultura reggae en el Uruguay, la cual cada vez que se le da la oportunidad demuestra tener muchos más adeptos que lo que se puede esperar y tal vez mucha menos difusión que la que se merece. El porque de el constante crecimiento del reggae se basa por lógica en varios pilares, uno de los principales es la calidad de las bandas que hay en el país, con El Congo como su mayor exponente y con La Abuela Coca como el grupo que ha conseguido romper un poco las barreras del género y volverse más masiva; otra parte importante es el claro concepto de hermandad que hay entre las bandas, heredado de la propia ideología que profesan, el cual debería ser ejemplo para otros géneros que en nuestro país parecen destinados al ostracismo por sus luchas internas de las cuales prácticamente nadie sale bien parado (léase parte del metal uruguayo por ejemplo).
Pero la apuesta por parte de la organización no se quedó “simplemente” en poner sobre un escenario a los cinco mayores exponentes del reggae local sino que decidió reforzar el concepto de cultura a través del desarrollo de otras expresiones del arte que también son participes de los ideales rastafari. Una larga hilera de artesanos exponían (y vendían) sus creaciones a un costado del parque central, el grupo de capoeira Mucumbé amenizó dos de los intermedios demostrando un nivel muy bueno, el grupo de danza Ecléctica también fue parte de la fiesta, así como malabaristas, una cuerda de tambores, y hasta un peculiar poeta que recitó un homenaje al que fue en el fondo el leitmotiv de la noche, el gran Bob Marley.
Las cinco bandas participantes tuvieron bloques de cerca de una hora cada una, donde pudieron desplegar cada una su particular estilo de afrontar el mismo género, desde las bandas más puristas, como la que abrió la noche Nyabinghi, o Monte Zion, pasando por las que combinan el sonido original con algo más de rock, como La Abuela Coca, que presentó varios temas de su nuevo disco “El Cuarto de La Abuela”, mucho más guitarrero que los anteriores, con Kimia Na Mokili con un sonido fuerte y compacto, para cerrar la noche con El Congo un grupo que cada vez que uno tiene la oportunidad de escucharlo se pregunta porque no lo podemos hacer más seguido. Además de todos los artistas antes mencionados la fiesta tuvo dos invitados de lujo que terminaron de demostrar que esto era algo más que un simple toque, Nicolás Olivera (si, si, el Nico Olivera, el que juega en Defensor Sporting, el que festeja con el pasito Marley quien más podía ser) que ofició de padrino y Emiliano Branchiari líder de No Te Va Gustar que cantó con El Congo.
Algo más de ocho horas para reforzar las ideas de que la hermandad, la fraternidad y la aceptación de que todos somos iguales aun cuando no todos pensamos lo mismo, son el único camino hacia la llegada de un mundo mejor; y todo esto a través de muy buena música, que más se puede pedir.
Es cierto que a lo mejor desde el punto de vista organizativo no todo salió “perfecto” (algunas cosas que estaban programadas y que ayudaron a la convocatoria finalmente no se realizaron) y seria tonto de nuestra parte no hacer notar estas cosas, pero no con un fin castigador sino como crítica constructiva, porque como versa el dicho, “el único que no se equivoca es el que no hace nada” y si tenemos en cuenta que era la primera vez que se intentaba un proyecto de este estilo y que otros grupos organizan algunas fiestas que terminan siendo un caos, que no resultan en mayores problemas porque vivimos en este pacifico país, y con fines mucho menos “culturales” y mucho más “recaudadores” (en el parque Batlle, hace unos meses, vamos piense, piense) los organizadores no se llevan el puntaje ideal pero si dejan una muy buena imagen y la sensación de que la mayor parte del trabajo para que la fiesta se repita el próximo año ya está hecho.
Redacción: Federico Méndez Odllakoff
Fotos: Andres Larrosa